Un cachete a tiempo

Seguro que más de una vez has escuchado una frase del tipo “más vale un cachete a tiempo que lamentarlo toda la vida”. En este artículo intentamos acabar con algunos mitos asociados a estas frases que, muchas veces por desconocimiento, mantenemos sin darnos cuenta.

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Partimos de la base de que no somos madres o padres perfectos. Trabajamos, hacemos malabarismos para que no les falte de nada y procuramos darles lo mejor pero también nos cansamos, tenemos mal humor, nos desesperamos y muchas veces nos sentimos impotentes ante el comportamiento de nuestros hijos. Cuando llega ese punto en que la situación nos supera, puede ser que abandonemos el papel de madre/padre adorable para convertirnos en “una criatura temible”. Es en estos momentos de desesperación es cuando podemos acabar recurriendo al cachete.

 “Es la forma más rápida y eficaz de que un niño obedezca”

No podemos pretender que un niño/a modifique su conducta a la fuerza. Con un cachete le hacemos ver que lo que ha hecho nos desagrada, pero no le estamos enseñando cómo esperamos que se comporte de ahora en adelante por lo que es muy probable que vuelva a repetir la conducta en un futuro, obteniendo justo el efecto contrario de lo que pretendíamos. Es verdad que cuando lo utilizamos puede tener un efecto inmediato o más rápido que otros métodos, sin embargo su eficacia se debe únicamente a que generamos miedo en nuestro hijo. ¿Crees que el miedo es un motivo adecuado para cambiar un comportamiento?

 “Con un cachete aprenderá a controlarse”

No podemos enseñar a nuestro hijo a autorregularse emocionalmente si nosotros perdemos el control cuando realiza una conducta inadecuada. Ser capaz de controlar nuestras propias emociones es esencial en todos los aspectos de nuestra vida. Nos beneficia personalmente y beneficia a nuestros hijos/as. Recordemos que como padres somos su modelo. Si le enseñamos que una agresión es una forma válida de reaccionar ante la frustración estaremos normalizando una respuesta que no nos gustaría que repitiese ¿Cómo reaccionarías si te llaman del colegio porque tu hijo ha pegado a un compañero?

 “Si no le castigo, estoy siendo muy permisivo/a” 

Podemos pensar que si no aplicamos un castigo contundente a tiempo, pagaremos las consecuencias con creces porque no nos tomarán en serio. El gran error de todo esto es pensar que la única alternativa para cambiar un comportamiento es aplicar un castigo. Un castigo físico no enseña, pero la alternativa no es “ser permisivo”. No recurrir al cachete como estrategia no está reñido con saber poner normas y límites adecuados para su educación, que además son deseables para fomentar su autonomía y su desarrollo personal.

¿Te has preguntado realmente por qué actúa así tu hijo/a? Una rabieta, un enfado, un arrebato puede ser una forma de expresar malestar cuando no se tiene otra forma de hacerlo. Los niños no saben gestionar sus emociones, sin un entrenamiento emocional y sin la experiencia que vamos acumulando los adultos, es difícil que sepa identificar qué siente, qué piensa y por qué actúa de esa manera. Es probable que tenga un vocabulario y unos recursos bastante más limitados que los nuestros para hacernos entender su sufrimiento. De ahí que la rabieta o el llanto sean las estrategias que utilice con más frecuencia. A medida que el niño crece, aumenta su madurez, su capacidad cognitiva y la capacidad para regular sus propios estados emocionales.

 “Lo digo yo, que para eso soy tu madre/padre”

Debemos eliminar la idea de que tenemos derecho a dar un cachete a nuestro hijo solo “porque somos su padre/madre”. Que hayamos tenido un hijo no justifica que podamos pegarle, no tenemos derecho a ejercer ningún tipo de violencia sobre cualquier otro ser humano, sea o no sea familia.

 “Mis padres lo usaron conmigo y no me he muerto”

Es frecuente pensar que si nuestros padres lo han hecho con nosotros, podemos repetir el modelo con nuestros hijos.  Podemos ser personas con vidas organizadas y haber recibido cachetes cuando fuimos pequeños, por supuesto, pero tampoco es cierto que no tenga consecuencia alguna. Ciertos estudios demuestran que los niños que habían recibido con cierta frecuencia castigo físico leve a los 3 años, era más probable que presentaran comportamiento agresivo a los 5 años. Y que los jóvenes que recibieron menos castigos físicos y psicológicos en la infancia presentaron menos sintomatología depresiva y menos conductas y rasgos antisociales en la edad adulta.

 Es imprescindible poner normas y límites en casa pero ¿por qué no probamos otro tipo de refuerzo que no sea el castigo o el cachete? ¿Has probado a premiar a tu hijo por sus buenas conductas o sólo te fijas en lo que hace mal?

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